
La controversia de Laura Gallego culminó con su renuncia al título de Señorita Antioquia, pero amplificó su voz en el debate público. Su respuesta, centrada en la defensa de la libertad de expresión, provocó una cadena de reacciones que incluyeron al presidente de la República y al Concurso Nacional de Belleza, evidenciando la tensa intersección entre los certámenes de belleza, la política y la responsabilidad de las figuras públicas en un país polarizado.










