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La doble cara de Bogotá: celebrada en el exterior, cuestionada por su desarrollo interno

Bogotá se posiciona en el escenario mundial como una de las mejores ciudades para vivir e invertir, según rankings internacionales, pero enfrenta internamente profundos debates sobre su modelo de desarrollo urbano, la inclusión social y la sostenibilidad ambiental.
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La capital colombiana ha sido reconocida internacionalmente en el informe World’s Best Cities 2026 de la consultora Resonance Consultancy, ocupando el puesto 51 entre las 100 mejores ciudades del mundo y el cuarto en América Latina.

Este ranking, que evalúa habitabilidad, atractivo cultural y prosperidad económica, destaca la transformación de Bogotá gracias a mejoras en infraestructura, una escena cultural dinámica y una creciente proyección internacional.

Otras ciudades latinoamericanas en la lista incluyen Ciudad de México (30), Buenos Aires (39), Río de Janeiro (42), Lima (65), Santiago (75) y Medellín (76). En sintonía con esta imagen de progreso, Bogotá fue sede de la Bienal de Arquitectura y Urbanismo 2025, un evento que la presentó como un “laboratorio de transformación urbana”. Los debates se centraron en la arquitectura sostenible, la inclusión social y la necesidad de regenerar espacios públicos. Se destacaron los avances de la ciudad en movilidad sostenible, como la red multimodal de metro, Regiotram y ciclorrutas, y se premiaron proyectos locales enfocados en la renovación urbana y la cohesión social, consolidando la visión de una ciudad que busca un desarrollo más humano y consciente. Sin embargo, este modelo de desarrollo es cuestionado por algunos de sus habitantes. Mientras la administración celebraba el Día Mundial de las Ciudades con un enfoque en tecnología y “ciudades inteligentes”, residentes de los Cerros Orientales protestaban contra los desalojos. Estos barrios, poblados durante décadas por trabajadores y desplazados, se encuentran en una disputa territorial donde, según denuncian, se favorecen proyectos urbanísticos para estratos altos en detrimento de las comunidades y la importancia ambiental de los cerros como reserva hídrica. Los manifestantes critican que el desarrollo urbano actual responde a intereses corporativos y no a las necesidades de la ciudadanía.

Esta tensión evidencia un profundo debate sobre el futuro de Bogotá. Por un lado, la ciudad cosecha reconocimientos globales; por otro, movimientos ciudadanos exigen un modelo de ordenamiento territorial más participativo y centrado en los derechos, que proteja tanto a las comunidades arraigadas como el patrimonio ambiental. Las peticiones de los habitantes del borde oriental incluyen detener la expansión urbana en los cerros, culminar la legalización de sus barrios y garantizar una gobernanza democrática que priorice el bienestar colectivo sobre los intereses privados.

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