Despliegue militar en Venezuela: entre la exhibición de fuerza y la fragilidad interna



El pasado martes, 11 de noviembre de 2025, el presidente Nicolás Maduro activó el “Plan Independencia 200”, ordenando el despliegue de cerca de 200.000 efectivos militares en todo el territorio venezolano. La medida, anunciada por el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, fue presentada como una respuesta a las “amenazas imperiales” por la presencia del portaaviones estadounidense ‘Gerald Ford’ en aguas del Caribe. El operativo incluye la puesta en alerta de medios terrestres, aéreos, navales, fluviales y misilísticos, así como la activación de la Milicia Bolivariana y los órganos de seguridad ciudadana. Mientras el gobierno venezolano califica la presencia del buque como una amenaza directa, el Pentágono ha justificado su despliegue como parte de operaciones para interrumpir el narcotráfico en la región. En este contexto de tensiones, el Kremlin condenó las acciones de Estados Unidos y manifestó su disposición a colaborar con Venezuela en la modernización de su equipo militar, aunque negó haber recibido una solicitud formal de asistencia en medio de esta escalada. A pesar de la exhibición pública de fuerza, con videos que muestran armamento como aviones Sukhoi y misiles portátiles Igla-S, documentos de planificación y testimonios militares revelan una realidad de importantes limitaciones. Fuentes internas y analistas señalan que gran parte del equipo militar sufre de obsolescencia y falta de mantenimiento, mermando la capacidad de combate convencional. A esto se suma la precaria situación de las tropas, con salarios de aproximadamente cien dólares mensuales, lo que afecta la moral y la operatividad de las fuerzas armadas. En consecuencia, la estrategia de defensa del régimen no se basa en un enfrentamiento convencional, que fuentes internas admiten que no podrían sostener.
Los planes se centran en una guerra asimétrica y de desgaste, diseñada para evitar una derrota rápida. La estrategia contempla la dispersión de unidades pequeñas para realizar sabotajes y una segunda fase de “anarquización” mediante el uso de civiles armados para generar caos urbano. Según expertos, el objetivo final no es ganar una guerra, sino elevar el costo político y social de una posible intervención extranjera, utilizando la disuasión por caos como principal herramienta defensiva.














