Para Williams, estas “resurrecciones digitales” no solo son perturbadoras, sino que también representan una violación a la memoria y al trabajo auténtico del artista. Su postura ha encendido un debate más amplio sobre los límites éticos de la inteligencia artificial, especialmente en lo que respecta a la creación de contenido que involucra a personas que ya no pueden dar su consentimiento. La controversia pone de relieve la tensión entre la innovación tecnológica y el derecho a la imagen y al legado póstumo. La crítica de Williams resuena en un momento en que la industria del entretenimiento y la sociedad en general se enfrentan a las complejas implicaciones morales y legales de la IA, desde la generación de ‘deepfakes’ hasta la simulación de voces para fines comerciales o artísticos sin la debida autorización. El caso de Robin Williams se convierte así en un símbolo de la necesidad de establecer regulaciones claras que protejan la dignidad y la herencia de las personalidades públicas después de su muerte.