La situación escaló rápidamente en las plataformas digitales, donde los usuarios expresaron su indignación y rechazaron este tipo de comportamiento. La controversia se intensificó cuando se reveló la identidad de la presunta agresora, quien se desempeña como directora de experiencia de usuario (UX) en una reconocida empresa. Este hecho amplificó el debate, llevándolo más allá de un simple altercado para cuestionar la responsabilidad corporativa.

La discusión se centró en hasta qué punto las empresas deben intervenir en escándalos protagonizados por sus empleados fuera del horario laboral, especialmente cuando dichas acciones contradicen los valores de inclusión y respeto que muchas compañías promueven. El incidente fue catalogado como un grave acto de xenofobia y sirvió como un llamado de atención sobre la necesidad de abordar estas problemáticas sociales que persisten en el país, así como sobre el impacto que las acciones individuales pueden tener en la reputación de las organizaciones a las que pertenecen.