En respuesta a la creciente presión militar estadounidense en el Caribe, el gobierno de Nicolás Maduro ha activado una estrategia de defensa que combina movilizaciones populares, despliegue de armamento y una fuerte ofensiva diplomática. Caracas califica las acciones de Washington como “provocaciones hostiles” y ha advertido que una intervención militar significaría “el fin político” de Donald Trump. Ante la llegada del portaaviones USS Gerald R. Ford y el inicio de ejercicios militares de EE. UU. en Trinidad y Tobago —acciones que Maduro tildó de “irresponsables”—, el gobierno venezolano ha anunciado medidas concretas de disuasión. El mandatario ordenó el despliegue de “armamento pesado y misiles” en el sistema defensivo que conecta Caracas con la costa y llamó a una “vigilia y marcha permanente” para “defender cada centímetro” del territorio. En el plano retórico, la respuesta ha sido igualmente contundente.
Maduro advirtió sobre el riesgo de que se cree una “nueva Gaza” en Suramérica, mientras que Diosdado Cabello, figura clave del chavismo, acusó a EE. UU. de querer convertir a Venezuela en “su estado 51” y aseguró que el país “jamás obedecerá órdenes de un puñado de bandidos”.
Además, el gobierno venezolano ha llevado sus quejas a la arena internacional, enviando una carta a la ONU para exigir una condena al despliegue estadounidense y acusando al organismo de “equiparar al agresor con la víctima”. Esta estrategia busca consolidar el apoyo interno frente a una amenaza externa y proyectar una imagen de resistencia y soberanía en el escenario global.
En resumenEl gobierno de Venezuela ha respondido a la escalada militar de EE. UU. con una doble estrategia: por un lado, ha anunciado el despliegue de armamento y la movilización de sus bases para disuadir una posible agresión. Por otro, ha intensificado su retórica nacionalista y ha acudido a foros internacionales para denunciar las acciones de Washington como una amenaza a la paz regional.