Esta dualidad estratégica genera una profunda incertidumbre en la región y mantiene abiertos todos los escenarios posibles, desde una negociación hasta un conflicto armado. Por un lado, Trump ha alimentado la especulación sobre una posible acción militar, afirmando que no descarta el envío de tropas a Venezuela y declarando enigmáticamente: “En cierto modo tomé una decisión”. Estas declaraciones se producen en el contexto del mayor despliegue naval en el Caribe en décadas y de la autorización de operaciones encubiertas de la CIA. Sin embargo, en un giro inesperado, el mandatario también ha abierto la puerta a la diplomacia.

“Es posible que estemos teniendo conversaciones con Maduro.

Veremos cómo resulta”, afirmó, añadiendo que estaría dispuesto a hablar “cara a cara” porque, según él, “Venezuela quiere hablar”.

Esta estrategia de doble discurso parece calculada para mantener al gobierno de Maduro bajo máxima presión, sin cerrar completamente ninguna vía de acción. La ambivalencia de Trump es un elemento central de la tensión actual, ya que obliga a Caracas y a la comunidad internacional a prepararse para cualquier eventualidad, desde una cumbre presidencial hasta una intervención militar, sin tener claridad sobre las verdaderas intenciones de la Casa Blanca.