Esta dualidad genera incertidumbre sobre las verdaderas intenciones de la Casa Blanca y mantiene a la región en vilo.

Por un lado, el mandatario estadounidense ha afirmado que no descarta el envío de tropas a territorio venezolano y ha supervisado un despliegue militar sin precedentes en el Caribe.

Sus declaraciones sobre la 'Operación Lanza del Sur' y la lucha contra el narcotráfico han sido beligerantes. Sin embargo, en un giro sorpresivo, Trump también ha abierto la puerta a la diplomacia.

'Es posible que estemos teniendo conversaciones con Maduro.

Veremos cómo resulta', declaró a la prensa.

En otra ocasión, afirmó que estaría dispuesto a hablar 'en algún momento' con su homólogo, argumentando que 'Venezuela quiere hablar'.

Esta postura dual es interpretada por analistas como una estrategia de 'máxima presión', donde la amenaza militar se utiliza como palanca para forzar concesiones en una eventual negociación.

El propio Nicolás Maduro ha recogido el guante, afirmando estar dispuesto a conversar 'cara a cara' para resolver las diferencias por la vía diplomática.

Esta ambigüedad estratégica de Washington, que refuerza la presión sobre Maduro mientras le abre una posible salida, caracteriza el complejo ajedrez geopolítico actual entre ambos países, donde cada movimiento es calculado para debilitar al adversario sin cerrar completamente la puerta a una solución negociada.