Esta acción es descrita como la mayor acumulación de fuerzas navales estadounidenses en la región desde la Guerra del Golfo en 1990, lo que ha elevado drásticamente la tensión con Venezuela. El despliegue, ordenado por el presidente Donald Trump, interrumpió la misión del USS Gerald R. Ford en el Mediterráneo para trasladarlo de urgencia al Caribe.
Este portaaviones, junto con su grupo de ataque, se suma a una fuerza que ya incluye ocho buques de guerra, un submarino nuclear y aviones F-35.
La capacidad ofensiva de esta flota es considerable; solo el Ford transporta tres veces más misiles Tomahawk que los utilizados en operaciones previas contra Irán. Oficialmente, el Pentágono justifica esta movilización como parte de una operación reforzada contra el narcotráfico en Latinoamérica. El portavoz del Pentágono, Sean Parnell, afirmó que el objetivo es “detectar, vigilar y desarticular a los actores y actividades ilícitas”.
Sin embargo, analistas como Andrés Macías, doctor en estudios de paz y conflicto, interpretan la movida como un claro “mensaje de presión para Venezuela”. La magnitud del despliegue ha llevado a cuestionar si la administración Trump está preparada para pasar de la retórica a la acción militar directa, en un contexto donde la “guerra contra el narcotráfico” es vista por algunos como un pretexto para presionar al gobierno de Nicolás Maduro.













