Esta disputa tiene un eco directo en Venezuela.

En las negociaciones secretas que el gobierno de Maduro mantuvo con Washington, una de las ofertas clave fue reducir drásticamente los contratos energéticos y mineros con empresas chinas, rusas e iraníes, y redirigir las exportaciones de petróleo venezolano hacia Estados Unidos. Esta propuesta evidencia cómo Maduro intentó utilizar la rivalidad entre las superpotencias como una ficha de negociación para su propia supervivencia, ofreciendo a EE.

UU. la oportunidad de desplazar a China de un punto estratégico en América Latina. La negativa de Trump a aceptar este acuerdo y su posterior escalada arancelaria con China sugieren que la administración estadounidense prefiere una confrontación directa en ambos frentes, en lugar de una solución negociada que pudiera legitimar al gobierno de Maduro, incluso si esto implicara una ventaja estratégica sobre Pekín en el hemisferio.