La estrategia de la administración Trump hacia Venezuela es analizada en varios artículos como una continuación de una política de cambio de régimen que se ha intensificado durante su segundo mandato. Esta postura es descrita como una «fantasía de venganza», impulsada por altos asesores que buscan forzar la salida del poder de Nicolás Maduro, a quien consideran un líder ilegítimo. Desde su primer mandato, Donald Trump ha tenido como objetivo un rápido cambio de gobierno en Venezuela, una estrategia que no tuvo éxito en el pasado. Ahora, con su regreso a la Casa Blanca, esta política se ha reactivado con una presión militar sin precedentes en la región.
Figuras clave como el secretario de Estado Marco Rubio, el director de inteligencia John Ratcliffe y el asesor Stephen Miller, son señalados como los principales impulsores de esta línea dura. Rubio, en particular, ha presionado para forzar la salida de Maduro, al que califica de amenaza para Estados Unidos. La situación actual, con el despliegue de buques de guerra y los ataques a embarcaciones, es vista como la materialización de esta política de máxima presión. Los analistas sugieren que, más allá de la lucha contra el narcotráfico, el objetivo final es desestabilizar al gobierno de Maduro y provocar su caída. Esta estrategia, sin embargo, es vista con escepticismo por algunos sectores, que advierten sobre el riesgo de un conflicto armado y la posibilidad de que la intervención, en lugar de restaurar la democracia, derive en un «Estado fallido» o un «nuevo Vietnam» en la región.
En resumenLa política de la administración Trump hacia Venezuela es interpretada como una estrategia de cambio de régimen largamente planeada, impulsada por asesores de línea dura. La actual presión militar en el Caribe es vista como la ejecución de esta política, que busca derrocar a Nicolás Maduro bajo la justificación de la lucha antinarcóticos.