Frente a la creciente presión de Estados Unidos, el Gobierno de Nicolás Maduro ha desplegado una contraofensiva diplomática para denunciar lo que considera una agresión y ha buscado consolidar sus alianzas con potencias como Rusia y China. Esta estrategia busca romper el aislamiento y construir un frente internacional que contrarreste la influencia de Washington. Caracas ha llevado sus denuncias a instancias internacionales, solicitando a la ONU una investigación sobre los ataques a embarcaciones en el Caribe, que califica de “crímenes de lesa humanidad”. Además, ha mantenido informados a embajadores de países latinoamericanos sobre la situación, expresando su preocupación por el despliegue militar estadounidense. En un movimiento estratégico clave, la Asamblea Nacional de Venezuela, controlada por el chavismo, aprobó en primera discusión un Tratado de Asociación Estratégica y Cooperación con Rusia.
Este acuerdo, presentado como una “visión a largo plazo”, abarca áreas de energía, defensa, tecnología y economía, y profundiza una alianza que ha sido fundamental para la supervivencia del régimen.
El ejército venezolano se ha equipado en gran medida con material militar ruso, y Moscú ha proporcionado respaldo diplomático crucial en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Por su parte, China también ha expresado su apoyo a Venezuela, instando a Estados Unidos a cesar la “coacción” sobre América Latina.
El portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Lin Jian, declaró que la región “no son el patio trasero de nadie” y respaldó a Caracas frente a la “injerencia externa”. Este respaldo de dos potencias globales es vital para la estrategia de resistencia de Maduro, que busca presentar el conflicto no como una disputa bilateral, sino como parte de una reconfiguración del orden mundial.