Estas posturas reflejan el temor a que la crisis entre Washington y Caracas desestabilice a toda América Latina.

La tensión en el Caribe ha trascendido las fronteras de Venezuela y Estados Unidos, convirtiéndose en un asunto de preocupación regional y global. La canciller de Colombia, Rosa Villavicencio, criticó la “desmesurada” y “desproporcionada” presencia militar estadounidense, afirmando que “nada tiene que ver con la lucha contra el narcotráfico” y que su gobierno defenderá la soberanía venezolana a pesar de no reconocer al gobierno de Maduro. Cuba, un aliado histórico de Caracas, fue más allá y publicó un documento advirtiendo que “urge impedir una agresión militar contra Venezuela”, afirmando que Washington busca apoderarse del petróleo venezolano.

China, otro socio clave del gobierno de Maduro, también se pronunció, instando a Estados Unidos a cesar la “coacción” sobre América Latina y a respetar el derecho de la región a elegir sus propios socios. El portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Lin Jian, declaró que América Latina “no son el patio trasero de nadie”.

Estas declaraciones muestran un frente diplomático que, si bien no es unificado, comparte la preocupación por las implicaciones de una posible intervención. La postura de Colombia es particularmente notable, ya que, a pesar de sus diferencias ideológicas con el gobierno de Maduro, prioriza la estabilidad regional y el respeto al derecho internacional, rechazando el uso de la fuerza. El temor generalizado es que un conflicto armado en Venezuela provoque una crisis humanitaria y migratoria de proporciones inmanejables, afectando a todos los países vecinos.