La escalada de tensiones en el Caribe ha provocado reacciones de potencias globales y regionales, notablemente de China y Brasil, que han criticado la postura de Estados Unidos y han llamado a respetar la soberanía de las naciones latinoamericanas. El gobierno de China instó a Estados Unidos a detener la “coerción” y las “políticas de presión” sobre los países de América Latina. El portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Lin Jian, afirmó que la región “no son el patio trasero de nadie” y defendió el derecho de las naciones a elegir soberanamente sus alianzas. Pekín respaldó explícitamente a Venezuela tras el incidente del buque pesquero, declarando que se opone “a la injerencia externa en los asuntos internos de Venezuela bajo cualquier pretexto” y advirtiendo que las maniobras estadounidenses “violan el derecho internacional”.
Por su parte, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, criticó duramente a su homólogo estadounidense en una entrevista con la BBC, acusándolo de tener un comportamiento perjudicial para las instituciones democráticas globales. En una frase contundente, Lula declaró: “Trump es el presidente de Estados Unidos, no el emperador del mundo”. Estas declaraciones reflejan la preocupación en la región por el retorno de una política exterior estadounidense más intervencionista, reminiscente de la Doctrina Monroe. Además de estas potencias, el gobierno venezolano informó que embajadores de Colombia, Cuba, Bolivia, México y Brasil acreditados en Caracas expresaron su preocupación por el despliegue militar de EE.
UU., haciendo un llamado conjunto a preservar la paz en la región. Estas reacciones demuestran que la crisis entre Washington y Caracas no es vista como un asunto bilateral, sino como un conflicto con importantes implicaciones geopolíticas para toda América Latina.
En resumenLa intervención de China y Brasil en el debate sobre la crisis del Caribe evidencia la dimensión geopolítica del conflicto. El respaldo de Pekín a Caracas y las críticas de Lula a Trump muestran una creciente resistencia regional y global a lo que se percibe como una política intervencionista de Estados Unidos, transformando la tensión bilateral en un pulso de poder más amplio.