El mandatario venezolano fue contundente al afirmar que los dos canales de negociación que se mantenían con el gobierno estadounidense, y que en conferencias anteriores había descrito como “maltrechos”, ahora estaban “desechos”. Esta declaración marca el colapso definitivo de los acercamientos diplomáticos que, a pesar de las tensiones, habían permitido ciertos intercambios en los últimos años, especialmente en temas energéticos y humanitarios.

La ruptura de estos diálogos elimina las oportunidades formales para la desescalada del conflicto y la búsqueda de soluciones negociadas, dejando el campo abierto a la confrontación directa. Maduro especificó que la comunicación con Estados Unidos se limitaría exclusivamente a asuntos relacionados con la deportación de ciudadanos venezolanos desde territorio estadounidense, lo que subraya el fin de cualquier tipo de compromiso político más amplio. Este giro representa un cambio significativo en la dinámica bilateral, pasando de una relación tensa pero con vías de comunicación a una de animosidad declarada, donde las acciones militares y las acusaciones públicas reemplazan a la diplomacia. La decisión de Caracas parece ser una respuesta directa a lo que considera una “agresión integral”, señalando que no puede haber negociación bajo amenaza militar.