Esta frase, repetida en distintos contextos, se ha convertido en una marca de su política exterior hacia Caracas. La ambigüedad estratégica de su retórica es un componente clave de la presión ejercida por su administración. No confirma ni descarta una acción militar, lo que obliga al gobierno de Maduro a permanecer en un estado de alerta máxima y a destinar recursos a la defensa, mientras genera nerviosismo entre los aliados regionales. Esta postura se complementa con acciones concretas que refuerzan la credibilidad de la amenaza, como el despliegue naval en el Caribe y la confirmación personal de los ataques letales contra embarcaciones venezolanas. Al combinar una retórica belicista con operaciones militares puntuales, Trump crea un escenario de alta tensión donde la posibilidad de un conflicto mayor parece siempre inminente. Analistas sugieren que esta estrategia busca desestabilizar al gobierno venezolano desde adentro, provocando fisuras en las filas chavistas y manteniendo a la cúpula del poder bajo una presión constante, sin necesidad de comprometerse con una invasión a gran escala, que conllevaría altos costos políticos y militares.