Su estrategia, alineada con los sectores más duros de la emigración cubana y venezolana en Florida, ha convertido el Caribe en un laboratorio para subordinar la región a los intereses de Washington y normalizar la confrontación. Su reciente gira por México y Ecuador, con una agenda centrada en seguridad y narcotráfico, se enmarca en esta política de presión. En Caracas y otros círculos críticos, se le considera el principal promotor de una política exterior que privilegia el 'ruido y la furia' sobre la diplomacia, utilizando el poderío militar estadounidense como una herramienta de coerción para lograr objetivos políticos en el hemisferio.