Desde Caracas, la respuesta ha sido de rechazo y burla. El canciller Yván Gil calificó la recompensa como una "ridícula cortina de humo", mientras que el propio Maduro y otros altos funcionarios la consideran parte de una campaña de desprestigio para justificar una agresión militar y el control de los recursos petroleros de Venezuela. A pesar de ello, la recompensa se mantiene como una herramienta de presión constante y un recordatorio de que, para Washington, Maduro no es un jefe de Estado, sino un fugitivo internacional.