El buque estadounidense formaba parte del despliegue naval para operaciones antinarcóticos en la región.
Según el Departamento de Defensa de EE. UU., el sobrevuelo fue un intento deliberado de “interferir” con sus operaciones.
Aunque no se reportaron acciones hostiles por parte de las aeronaves venezolanas, la proximidad y la naturaleza del encuentro fueron suficientes para generar una respuesta contundente desde la Casa Blanca.
El presidente Donald Trump utilizó este incidente como justificación para advertir que cualquier avión venezolano que se acercara de manera amenazante a sus fuerzas sería derribado. La acción venezolana fue interpretada en Washington como una “demostración de fuerza innecesaria y peligrosa”, mientras que en Caracas fue vista como una legítima operación de patrullaje y defensa de la soberanía ante la presencia de una flota extranjera considerada hostil. Este evento específico fue crucial, ya que transformó la tensión general en una amenaza de confrontación militar directa y explícita, poniendo de manifiesto la fragilidad de la situación y el alto riesgo de un error de cálculo por cualquiera de las partes.