Este giro semántico es interpretado por analistas como una estrategia para abandonar el lenguaje defensivo de la Guerra Fría y adoptar un vocabulario de confrontación abierta. La medida coincide con la escalada militar en el Caribe, lo que refuerza la percepción de que la administración republicana está preparando el terreno, tanto en acciones como en retórica, para una política exterior más agresiva y de ataques selectivos.