Según informes de inteligencia y acusaciones formales del gobierno estadounidense, el Cartel de los Soles no es una estructura criminal tradicional, sino una red integrada en las altas esferas del poder venezolano. Su nombre proviene de las insignias doradas que portan los generales de la Guardia Nacional Bolivariana. Se le acusa de controlar las rutas de tránsito de cocaína, que según Transparencia Venezuela, abarcan cerca del 24% de la producción mundial. Además del narcotráfico, se le vincula con trata de personas, contrabando de oro, lavado de activos y alianzas con grupos como el ELN, disidencias de las FARC y el Tren de Aragua. El secretario de Estado, Marco Rubio, ha sido una de las voces más firmes al presentar a Venezuela no como un Estado fallido, sino como “la organización criminal más peligrosa del planeta”. Esta narrativa ha permitido a la administración Trump designar al cartel como una organización terrorista, lo que legalmente abre la puerta a operaciones militares directas. Desde Caracas, la existencia del cartel es negada rotundamente.

Diosdado Cabello ha calificado las acusaciones como “inventos del imperio”, mientras que el presidente colombiano Gustavo Petro también ha afirmado que dicho cartel “no existe”.

A pesar de las negativas, la narrativa del narcoestado es la piedra angular que sostiene la estrategia de presión militar, diplomática y financiera de Washington.