El ataque a la lancha venezolana, que resultó en 11 muertes sin un proceso judicial, ha sido calificado por algunos como una “ejecución extrajudicial”. El gobierno de Maduro ha sido el principal promotor de la narrativa de que el verdadero objetivo de Estados Unidos es el control de los recursos naturales de Venezuela. “Vienen por el petróleo”, declaró el mandatario, una afirmación que resuena con el historial de intervenciones estadounidenses en la región. El analista Atilio Boron calificó el incidente del barco como una “estafa ideológica del imperialismo” y un “relato mínimamente creíble” para justificar una agresión.
Otros comentaristas, como Pino Arlacchi, un reconocido experto en mafias, han calificado la operación de “geopolítica disfrazada de guerra contra las drogas”, argumentando que “esto no va de cocaína, va de petróleo”. Esta perspectiva se apoya en declaraciones pasadas de funcionarios estadounidenses, como John Bolton, quien en 2019 admitió que “sería estupendo que empresas estadounidenses pudieran acceder al petróleo venezolano”.
La confrontación de narrativas es central en este conflicto: por un lado, EE. UU. se presenta como un defensor de la seguridad hemisférica contra el narcoterrorismo; por otro, Venezuela y sus aliados lo acusan de repetir un “viejo guion imperial” para asegurar sus intereses económicos y geopolíticos.