Maduro denunció que la flota estadounidense, con “ocho barcos con 1.200 misiles”, apunta directamente a Venezuela, calificando la situación como “la más grande amenaza que se haya visto en el continente en los últimos cien años”.
En respuesta, Caracas ha declarado un estado de “máxima preparación”, movilizando a sus propias fuerzas y anunciando el alistamiento de millones de milicianos. Por su parte, Washington insiste en que el objetivo es desarticular redes criminales como el Cartel de los Soles, al que acusa a Maduro de liderar. El secretario de Estado, Marco Rubio, ha defendido la operación, asegurando que cuenta con el apoyo de varios países de la región. El despliegue ha generado una profunda división en América Latina: mientras que gobiernos como el de Guyana han respaldado la presencia estadounidense, otros, como Colombia, la han calificado de “desproporcionada”, y la CELAC ha convocado reuniones de urgencia para abordar el riesgo a la paz regional. Este movimiento militar no solo aumenta la presión sobre el gobierno venezolano, sino que también reconfigura el tablero geopolítico del Caribe, convirtiéndolo en un epicentro de confrontación.