Esta operación, descrita como la mayor en la región en décadas, ha elevado drásticamente la tensión geopolítica entre Washington y Caracas.
El despliegue, ordenado por el presidente Donald Trump, incluye una formidable fuerza naval y anfibia. Entre las embarcaciones se encuentran destructores de misiles guiados de la clase Arleigh Burke como el USS Gravely, USS Jason Dunham y USS Sampson, así como el grupo anfibio USS Iwo Jima, compuesto por el buque de asalto del mismo nombre, el USS Fort Lauderdale y el USS San Antonio. Adicionalmente, se ha confirmado el envío del crucero lanzamisiles USS Lake Erie y el submarino de ataque de propulsión nuclear USS Newport News, uno de los más poderosos de la Armada estadounidense. La fuerza total movilizada se estima entre 4.000 y 9.000 efectivos, incluyendo más de 2.000 infantes de marina. La operación se complementa con aviones de patrulla marítima P-8 Poseidon para labores de vigilancia. Fuentes militares y analistas comparan la escala de esta movilización con la invasión a Panamá en 1989, lo que subraya su magnitud estratégica. La Casa Blanca ha justificado la operación como una misión antinarcóticos de largo alcance, pero la composición de la flota, con capacidades ofensivas avanzadas, ha generado escepticismo y ha sido interpretada por el gobierno venezolano y otros actores internacionales como una clara maniobra de presión militar y una amenaza directa a la soberanía de Venezuela.