Esta operación busca oficialmente combatir el narcotráfico y las organizaciones criminales transnacionales.
El despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe constituye una demostración de fuerza sin precedentes recientes en la región, con algunos análisis comparando su magnitud con la invasión a Panamá en 1989. La operación involucra entre 4.000 y 4.500 efectivos, principalmente infantes de marina y marineros, respaldados por una flota considerable que incluye al menos tres destructores de misiles guiados clase Arleigh Burke —el USS Gravely, USS Jason Dunham y USS Sampson—, así como buques de asalto anfibio como el USS Iwo Jima. La fuerza se complementa con activos de inteligencia y vigilancia de alta tecnología, como un submarino de ataque de propulsión nuclear y aviones de patrulla marítima P-8 Poseidon. La Casa Blanca ha justificado la movilización como una medida necesaria para “contrarrestar amenazas contra la seguridad nacional de Estados Unidos provenientes de organizaciones narco-terroristas”, señalando directamente a grupos como el Cartel de los Soles. La portavoz Karoline Leavitt afirmó que el presidente Donald Trump está preparado para “usar todo su poder” para frenar el flujo de drogas. Según fuentes del Departamento de Defensa, la operación se desarrollará durante varios meses en aguas y espacio aéreo internacionales, pero no se descarta que los buques puedan servir como plataforma para “ataques selectivos” si se autoriza, lo que eleva la tensión y la incertidumbre sobre las intenciones finales de Washington en la región.