La nueva ley que regula las encuestas electorales en Colombia ha generado un profundo impacto negativo en el debate público, creando un vacío de información y una gran incertidumbre jurídica. A pesar de que la veda de tres meses para su publicación ya terminó, las ambigüedades de la norma siguen afectando la calidad y disponibilidad de los datos de cara a las elecciones de 2026. Aprobada con una sorprendente unanimidad por el Congreso e impulsada por figuras de todo el espectro político como Angélica Lozano, Paloma Valencia y Clara López, la nueva ley de encuestas ha empobrecido paradójicamente el debate electoral que pretendía regular. Su efecto más visible fue un apagón de tres meses en las encuestas públicas, durante el cual, como señala un artículo, 'la campaña voló a ciegas' y proliferaron sondeos falsos.
Incluso después de la prohibición, los impactos negativos de la ley persisten debido a importantes ambigüedades legales. Como afirma Víctor Muñoz, director de Guarumo, 'La ley no es clara en absolutamente nada'.
Los problemas clave incluyen criterios vagos sobre qué candidatos 'notorios' deben ser incluidos, lo que obliga a los encuestadores a elegir entre listas inmanejables de más de 100 aspirantes o arriesgarse a impugnaciones legales. Además, el estricto requisito de un margen de error máximo del 3% para 'cada indicador publicado' ha llevado a diferentes interpretaciones, haciendo que las encuestas de distintas firmas sean incomparables. Estos riesgos técnicos y legales, que incluyen responsabilidad penal para los encuestadores, han llevado a grandes firmas como Invamer y Guarumo a suspender sus encuestas públicas.
Esto ha creado una asimetría de información: mientras el público queda a oscuras, 'los candidatos o gremios con recursos pueden ver regiones y edades con detalle, mientras que el público no', ya que las encuestas privadas no tienen que cumplir con las mismas regulaciones.
En resumenLa nueva ley de encuestas ha creado un panorama electoral con menos información pública y mayor incertidumbre legal. Sus ambiguos requisitos sobre márgenes de error e inclusión de candidatos han aumentado los costos, reducido el número de encuestas públicas y creado una brecha de información que beneficia a las campañas con más recursos, socavando en última instancia la calidad del debate democrático.