Las comisiones económicas del Congreso enfrentan la monumental tarea de debatir el Presupuesto General de la Nación para 2026, aforado en 557 billones de pesos, el más alto de la historia. El debate, que debe surtir su primera fase antes del 15 de septiembre y ser aprobado en plenarias antes del 20 de octubre, está intrínsecamente ligado a la aprobación de la nueva reforma tributaria, sin la cual presenta un desfinanciamiento de 26,3 billones de pesos. El Gobierno, a través del ministro del Interior, Armando Benedetti, ha instado al Congreso a actuar con responsabilidad para evitar que se repita la historia del año anterior, cuando el presupuesto fue hundido por falta de quórum. "No podemos repetir el hundimiento del presupuesto nacional", advirtió Benedetti, mostrando optimismo tras las primeras reuniones.
Sin embargo, la oposición mantiene una postura crítica.
El senador Enrique Cabrales, presidente de la Comisión Cuarta, acusó al Gobierno de querer imponer una "dictadura fiscal". Según Cabrales, el Ejecutivo presenta un presupuesto inflado con la intención de que sea rechazado para luego aprobarlo por decreto, una figura que le permitiría manejar los recursos con mayor discrecionalidad. La oposición ha propuesto un recorte de hasta 40 billones de pesos, argumentando un aumento desmedido en los gastos de funcionamiento y burocracia, que según ellos ha crecido un 74%, mientras la inversión solo un 27%.
El Gobierno defiende el presupuesto como una herramienta para financiar sus prioridades: economía popular, programas sociales, transición energética y paz.
La discusión se perfila como un choque entre la visión de gasto social del Ejecutivo y las exigencias de austeridad fiscal de la oposición, en un ambiente de desconfianza y con plazos constitucionales estrictos.
En resumenEl debate del presupuesto para 2026 es una prueba de fuego para la gobernabilidad, enfrentando al Gobierno con un Congreso escéptico. La discusión se centra en la sostenibilidad de un gasto récord, la necesidad de una reforma tributaria para financiarlo y el riesgo latente de que, ante un desacuerdo, el Ejecutivo opte por aprobarlo por decreto, eludiendo el control legislativo.