Los obispos colombianos lo recuerdan con afecto y admiración, describiéndolo como un “hombre de Iglesia, gran amigo, excelente pastor, hombre de Dios”. Más allá de su labor pastoral, monseñor Ramírez no fue un jerarca silencioso; su voz se alzó con firmeza en debates nacionales, como su controversial llamado a votar por el “No” en el Plebiscito de 2016, advirtiendo sobre los riesgos que, a su juicio, representaba para la nación. Su legado también perdura a través de sus escritos, que incluyen libros y columnas de opinión en diversos medios, reflejando siempre la lucidez de su pensamiento y la firmeza de sus convicciones. Sus exequias se realizaron en Bogotá y sus restos reposarán en la Catedral de Garzón.