Este caso evoca otras historias de reinas de belleza cuyas vidas terminaron violentamente por sus vínculos con el narcotráfico, como Liliana Andrea Lozano en 2009 y la reina mexicana María Susana Flores Gámez en 2012. La muerte de Jaskary Páez pone de manifiesto la difusa línea entre la legalidad y la ilegalidad en algunas regiones del país, y cómo la promesa de un futuro mejor para jóvenes talentosas puede verse truncada por su involucramiento en círculos criminales, generando un fuerte cuestionamiento sobre las decisiones que las llevan a estos entornos peligrosos.