Por un lado, Trump ha declarado públicamente que “podría haber discusiones con Maduro” porque, según él, “Venezuela quiere hablar”.

Esta afirmación fue correspondida por el propio Maduro, quien se mostró dispuesto a un encuentro “cara a cara”.

Sin embargo, estas aparentes aperturas diplomáticas contrastan con una escalada de acciones hostiles.

Diversos informes de prensa aseguran que Trump ha autorizado planes de la CIA para “preparar el campo de batalla” en Venezuela mediante operaciones encubiertas, que podrían incluir sabotaje o ciberataques. Además, el mandatario ha afirmado enigmáticamente que ya ha tomado una decisión sobre las próximas acciones, aunque se ha negado a revelar detalles.

Esta ambivalencia es interpretada por analistas como una táctica de presión psicológica calculada.

Al mantener “todas las opciones sobre la mesa”, desde un encuentro diplomático hasta un despliegue de tropas, la Casa Blanca busca generar divisiones dentro del chavismo y forzar concesiones, manteniendo al mismo tiempo la máxima flexibilidad estratégica.

No obstante, esta política también eleva el riesgo de un error de cálculo que podría desencadenar una confrontación directa.