Antes de los ataques, que comenzaron en septiembre, zarpaban semanalmente unas seis embarcaciones; ahora, ninguna.
Esta paralización es inédita y refleja un miedo superior al de tragedias pasadas como naufragios de migrantes.
Los habitantes de Güiria también reportan una mayor presencia militar y policial en la zona. En contraste, en Cumaná, la capital del estado, los pescadores afirman no temer al despliegue estadounidense, pero su actividad se ve igualmente perjudicada por problemas internos crónicos como la escasez de gasolina, el deterioro de los motores y la falta de créditos.
La crisis económica preexistente se agrava, ya que deben comprar combustible a precios dolarizados, lo que hace que la pesca, descrita como “una aventura”, sea cada vez menos rentable. La situación evidencia cómo la presión militar externa se suma a la crisis interna, dejando a las comunidades costeras atrapadas entre el miedo a la violencia y la lucha diaria por la supervivencia económica.












