En localidades como Güiria, en el estado Sucre, a pocos kilómetros de Trinidad y Tobago, el impacto ha sido severo. Según testimonios recogidos por EFE, el temor se apoderó de la comunidad desde el primer ataque a una lancha el 2 de septiembre. El comercio informal de productos con la isla vecina, una fuente vital de divisas, se ha detenido por completo.
Un comerciante anónimo relató: "Ya no están saliendo embarcaciones hacia Trinidad, ni siquiera de migrantes.
Hay miedo de que ocurra una explosión y mueran".
Antes de la escalada militar, hasta seis embarcaciones semanales zarpaban hacia la isla, pero en los últimos dos meses esa cifra se redujo a cero. La situación es particularmente grave en Güiria, donde se denuncia la presencia de grupos de narcotráfico, lo que convierte a cualquier embarcación en un blanco potencial. Los habitantes locales aseguran que entre quince y veinte de las víctimas mortales de los ataques estadounidenses son de la zona, pero evitan hablar públicamente por temor a represalias. En contraste, en Cumaná, la capital del estado, los pescadores dicen no tener miedo del despliegue naval, pero su actividad se ha visto igualmente perjudicada por la escasez de gasolina, un problema crónico en el país que les impide trabajar con regularidad. La crisis humanitaria se agudiza para estas comunidades, atrapadas entre los problemas económicos internos de Venezuela y la amenaza externa de un conflicto militar.













