Esta afirmación se enmarca en una campaña de máxima presión de Washington, que incluye un masivo despliegue militar en el Caribe. A pesar de la dureza de sus palabras, al ser consultado sobre si Estados Unidos estaba en guerra con Venezuela, el mandatario fue tajante: "Lo dudo.
No lo creo".
Esta dualidad discursiva parece ser una estrategia calculada.
Por un lado, busca generar zozobra y posibles fisuras dentro del chavismo y sus fuerzas armadas.
Por otro, mantiene una negación plausible sobre una intervención militar directa, lo que le otorga flexibilidad diplomática.
Trump complementó sus advertencias con acusaciones, afirmando que el régimen de Maduro ha enviado "miles de personas de cárceles, instituciones mentales y adictos a las drogas" hacia Estados Unidos.
Al ser presionado sobre planes específicos de ataque, Trump se mantuvo evasivo: "No voy a decir si es verdad o no, no le revelaría a una reportera si voy a atacar o no".
Esta ambigüedad estratégica mantiene "todas las opciones sobre la mesa", desestabilizando al gobierno de Caracas sin comprometer a Washington a una acción militar definida, lo que complica la capacidad de respuesta de Venezuela y sus aliados.













