El despliegue de una considerable fuerza naval y aérea de Estados Unidos en el Mar Caribe ha elevado drásticamente la tensión con Venezuela, enmarcando una situación que Caracas denuncia como una amenaza directa a su soberanía. Washington justifica sus acciones como una ofensiva contra el narcotráfico, pero el uso de fuerza letal y la magnitud de los recursos militares desplegados han generado una crisis regional. La administración Trump ha movilizado al menos ocho buques de guerra, un submarino nuclear de ataque rápido, aviones de combate F-35B y más de 4.500 soldados en aguas internacionales cercanas a Venezuela. Esta operación, descrita como la mayor en la región desde los años ochenta, ha incluido ataques con misiles contra presuntas “narcolanchas”, resultando en la muerte de al menos 21 personas.
El gobierno estadounidense sostiene que estas acciones han sido efectivas para detener el flujo de drogas, y el presidente Donald Trump ha llegado a afirmar que “ya no quedan navíos” en la zona, sugiriendo que las operaciones podrían pasar a tierra. En respuesta, el gobierno de Nicolás Maduro ha calificado el despliegue como un “acoso militar” y una “guerra no declarada”. Ha activado un decreto de “conmoción externa”, ha realizado ejercicios militares en zonas estratégicas como la isla de La Orchila y ha movilizado a la milicia bolivariana, afirmando que el pueblo está preparado para defender la soberanía nacional. La situación ha provocado la condena de otros países de la región; el presidente de Colombia, Gustavo Petro, criticó los ataques, afirmando que las víctimas eran “jóvenes caribeños pobres” y no terroristas, mientras que Cuba denunció la presencia militar como una “amenaza directa a la paz regional”.
En resumenLa intensificación de la presencia militar estadounidense en el Caribe y los ataques letales contra embarcaciones han creado un escenario de confrontación directa con Venezuela. La respuesta de Caracas, que incluye movilizaciones militares y denuncias internacionales, junto con las críticas de otros líderes regionales, evidencia un clima de alta tensión que amenaza la estabilidad en América Latina.