Diversos análisis señalan al secretario de Estado, Marco Rubio, como el principal arquitecto de la política de confrontación de la administración de Donald Trump hacia Venezuela y el Caribe. Su influencia ha sido clave para mezclar las narrativas de narcotráfico y terrorismo, justificando así una agenda belicista y el actual despliegue militar. Rubio es descrito como el artífice de una estrategia que busca subordinar la región a los intereses de Washington. Desde hace años, ha promovido un discurso que fusiona el narcotráfico con el terrorismo y los "regímenes incómodos" para Estados Unidos, creando así resquicios "legales" para la intervención militar.
Se le atribuye alinear la política exterior estadounidense con los "sectores más duros de la emigración cubana y venezolana en la Florida".
En este esquema, el rol de Donald Trump es darle a esta agenda un "formato de espectáculo". Acciones como el despliegue de cazas supersónicos, las amenazas de derribar aviones venezolanos y el cambio simbólico del nombre del Departamento de Defensa a "Departamento de Guerra" son vistas como parte de una puesta en escena para proyectar dureza. Esta estrategia es definida como "militarismo performativo": un despliegue concebido menos como un plan racional de seguridad y más como un espectáculo mediático para consumo interno.
El resultado es una política exterior que genera incertidumbre, desestabiliza la región y normaliza la confrontación como forma de relación hemisférica.
En resumenLa política de Estados Unidos hacia Venezuela es en gran medida producto de la sinergia entre la agenda ideológica de Marco Rubio y el estilo performativo de Donald Trump. Rubio proporciona el marco doctrinal que criminaliza al gobierno venezolano, mientras que Trump ejecuta acciones de alto impacto mediático, resultando en una política exterior que privilegia la confrontación y aumenta la inestabilidad regional.