Esta práctica recurrente, también implementada en 2020 durante la pandemia y en 2024 tras su controvertida reelección, es analizada como un recurso simbólico de propaganda.
Según los análisis, la estrategia persigue dos objetivos claros: primero, ridiculizar la coyuntura frente a la opinión internacional, desviando el debate hacia un hecho anecdótico que acapara titulares; y segundo, transmitir una falsa sensación de normalidad al interior del país. Al imponer un ambiente festivo, el gobierno busca desplazar los problemas estructurales y las tensiones internacionales a un segundo plano.
Esta táctica de manipulación simbólica convierte la Navidad, una festividad profundamente arraigada en la cultura venezolana, en un distractor político. La narrativa oficial se enfoca en luces y música, mientras la realidad del país está marcada por "la represión, la incertidumbre y el riesgo de confrontación regional". Maduro asegura que con esto defiende "el derecho a la felicidad" del pueblo, afirmando que "nadie en el mundo nos va a quitar el derecho a la vida y a la alegría".