A diferencia de la ruta hacia el norte, que implicaba cruzar a pie la peligrosa selva del Darién, el regreso se realiza principalmente por mar para bordear esta zona, que ahora Panamá mantiene prácticamente sellada. Los migrantes pagan cientos de dólares por un puesto en embarcaciones que navegan en condiciones precarias desde la costa panameña, saltando de playa en playa por el mar Caribe hasta llegar a La Miel, en Panamá, y luego a Sapzurro, el primer caserío colombiano. Josué Vargas, un joven de 18 años que emprendió el retorno, describe la travesía original por el Darién como “una tortura” con “muchos muertos, personas heridas, pasando hambre”. La nueva ruta marítima tampoco está exenta de riesgos; en febrero, una niña venezolana murió ahogada al naufragar el bote en el que viajaba. Este éxodo a la inversa evidencia el impacto de las políticas migratorias de EE. UU. y la desesperación de miles de personas atrapadas en un limbo, forzadas a regresar a los países que habían abandonado.