El gobierno de Estados Unidos ha ordenado un significativo despliegue naval y aéreo en el mar Caribe, una maniobra que ha elevado la tensión con Venezuela a su punto más alto en décadas y ha generado alarma en toda la región. La operación, justificada por la administración de Donald Trump como una ofensiva contra el narcotráfico, es percibida por el gobierno de Nicolás Maduro como una amenaza directa a su soberanía y un preludio a una posible intervención militar. La fuerza desplegada es la más grande en la región desde la invasión a Panamá en 1989 e incluye activos de alto poder estratégico como destructores de la clase Arleigh Burke, cruceros Ticonderoga equipados con sistemas Aegis, un submarino nuclear de ataque rápido y cazas F-35 de última generación. Este poder de fuego, superior al de más de diez países de la región combinados, conforma lo que analistas describen como un “cerco” o “arco de acero” que cubre los principales puertos y bases aéreas de Venezuela.
El presidente Maduro ha calificado la situación como “la mayor amenaza que haya visto el continente en los últimos 100 años”. La Casa Blanca, por su parte, ha mantenido una postura ambigua pero desafiante; ante la pregunta sobre qué pasará en Venezuela, Trump respondió: “You are gonna find out” (“Ya lo sabrán”).
El contexto se ve agravado por el rol protagónico del secretario de Estado, Marco Rubio, conocido por su postura dura contra el chavismo, y la decisión simbólica de Trump de rebautizar el Departamento de Defensa como “Departamento de Guerra”, señalando un giro hacia una política de disuasión más ofensiva.
En resumenLa masiva presencia militar estadounidense en el Caribe, bajo el pretexto de una operación antinarcóticos, ha sido interpretada por Venezuela como una amenaza existencial, creando un escenario de alta volatilidad y riesgo de confrontación directa que mantiene en vilo a toda América Latina.