Esta nueva dinámica migratoria expone a las personas a rutas marítimas arriesgadas para evitar el Tapón del Darién.
Desde que la administración Trump asumió el poder en enero y cerró la aplicación de asilo CBP One, más de 14.000 personas, en su mayoría venezolanas según Naciones Unidas, han decidido retornar hacia el sur. Huyendo de la prolongada crisis en su país, muchos habían llegado hasta México con la esperanza de ingresar a EE.
UU.
Ahora, sin pasaporte y con sus ahorros agotados, emprenden el camino de vuelta.
La ruta terrestre a través del Tapón del Darién, que uno de los migrantes, Josué Vargas de 18 años, describió como “una tortura”, ahora es evitada. La alternativa es una peligrosa travesía marítima.
Los migrantes pagan cientos de dólares para abordar embarcaciones que bordean la selva del Darién desde la costa panameña, enfrentando mares agitados y el riesgo de naufragio.
En febrero, una niña venezolana de ocho años murió ahogada en aguas panameñas. La ruta más común los lleva por el mar Caribe hasta La Miel, en Panamá, y de allí a los caseríos colombianos de Sapzurro y Capurganá, en el Chocó. Los habitantes de estas comunidades, que viven del turismo, se han organizado para facilitar el tránsito rápido de los migrantes, evitando que se queden varados en sus playas.