El despliegue, considerado el más grande en la región desde la invasión a Panamá en 1989, incluye al menos siete buques de guerra, entre ellos destructores equipados con misiles Tomahawk, un buque de asalto anfibio y un submarino de propulsión nuclear, acompañados por aproximadamente 4.500 tropas. Oficialmente, la administración de Donald Trump enmarcó la operación en la lucha contra los carteles de la droga, en particular el denominado "Cartel de los Soles", al que acusa de operar desde las altas esferas del Estado venezolano. Sin embargo, diversos analistas y gobiernos de la región interpretan la movilización como una manifestación de fuerza y una estrategia de máxima presión para forzar un cambio de régimen en Venezuela. La Casa Blanca ha sido explícita en su postura, advirtiendo que está preparada para "usar todo su poder" para frenar el flujo de drogas. El exembajador de EE. UU., James Story, aunque negó que se tratara de una "fuerza de invasión", la calificó como una "muestra de fuerza" para apoyar a quienes dentro de Venezuela buscan un cambio. Esta ambigüedad mantiene a la región en alerta máxima, ante la posibilidad de que cualquier error de cálculo pueda desencadenar una escalada militar con consecuencias impredecibles.
