Por un lado, un grupo de naciones se ha alineado firmemente con la postura de Estados Unidos. Los gobiernos de Argentina, Ecuador y Paraguay han dado un paso significativo al declarar oficialmente al “Cartel de los Soles” como una organización terrorista, adoptando la misma designación de Washington. De manera aún más contundente, Trinidad y Tobago, vecino marítimo directo de Venezuela, ha ofrecido su territorio y respaldo militar a Estados Unidos en caso de una agresión venezolana, citando el impacto de la criminalidad transnacional en su seguridad. A este bloque se suma Francia, que ha reforzado su presencia militar en Guadalupe, en el Caribe, en una acción coordinada con los movimientos estadounidenses. En el lado opuesto, Venezuela ha recibido el respaldo explícito de sus aliados estratégicos globales. China y Rusia han condenado el despliegue naval de EE.
UU., calificándolo como una amenaza a la soberanía venezolana y a la estabilidad regional, y oponiéndose al “uso o la amenaza del uso de la fuerza”.
El gobierno de Maduro también ha recurrido a foros multilaterales, presentando una denuncia ante las Naciones Unidas contra lo que considera una agresión imperialista.
Este escenario de alineamientos demuestra que la crisis venezolana es un punto focal de la competencia entre potencias globales y redefine los equilibrios de poder en el hemisferio occidental.