El despliegue militar estadounidense, justificado oficialmente como una operación para “frenar el flujo de drogas hacia Estados Unidos”, es ampliamente interpretado en los artículos como una estrategia de “presión máxima” contra el gobierno de Nicolás Maduro. La flota incluye al menos tres destructores de la clase Arleigh Burke (USS Gravely, USS Jason Dunham y USS Sampson), equipados con el sistema de misiles guiados Aegis, junto con el grupo anfibio USS Iwo Jima, que transporta a unos 4.000 infantes de marina, aviones de patrulla P-8 Poseidon y al menos un submarino nuclear. La magnitud de la fuerza ha generado un debate sobre las verdaderas intenciones de Washington. La portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, afirmó que el país está preparado para “usar todo su poder” para llevar ante la justicia a los responsables del narcotráfico. Sin embargo, diversos análisis sugieren que el objetivo no sería una invasión directa, sino inducir “fracturas internas en la cúpula chavista” a través de una “disuasión calibrada”. Otros textos califican la maniobra como una posible “bravuconada carísima” de Trump, aunque no descartan la posibilidad de “ataques quirúrgicos” contra infraestructura crítica si Caracas comete un “error táctico”.
La operación ha sido comparada con el derrocamiento del dictador panameño Manuel Noriega, aunque se reconoce que el escenario venezolano es mucho más complejo.