Las opiniones se dividen entre quienes ven una amenaza de intervención militar inminente y quienes lo interpretan como una estrategia de máxima presión diplomática y psicológica.

Varios análisis periodísticos trazan un paralelismo directo con la Operación Causa Justa, que derrocó al dictador panameño Manuel Antonio Noriega.

Las similitudes son notables: Noriega, al igual que Maduro, fue acusado por Estados Unidos de vínculos con el narcotráfico y de anular resultados electorales.

La estrategia estadounidense en 1989 también incluyó una recompensa por su captura y un despliegue militar previo.

Sin embargo, los expertos señalan diferencias cruciales.

Venezuela es un país de mayor tamaño, con una capacidad militar superior a la de Panamá en aquel entonces y cuenta con el respaldo de potencias internacionales como Rusia y China. El costo humano y político de una invasión sería considerablemente mayor. Por ello, una corriente de análisis sugiere que el despliegue es una forma de “intimidación” y no necesariamente el preludio de una guerra. El subsecretario de Estado, Christopher Landau, llegó a asegurar que una intervención militar está “descartada”.

Esta perspectiva sostiene que la movilización busca generar fracturas en las fuerzas armadas venezolanas, animar a la oposición o simplemente proyectar fuerza en un momento en que la administración Trump busca consolidar su imagen de cara a las elecciones de medio término. La estrategia combinaría así la presión acumulativa —sanciones, aislamiento y presencia militar— con una prudencia operativa para evitar un conflicto abierto de consecuencias impredecibles.