Los reportes describen una sensación ciudadana ambivalente.
Por un lado, existe la expectativa en algunos sectores de que la presión estadounidense pueda forzar un cambio político, pero esta esperanza se mezcla con el temor a un conflicto armado. Frases como “tener velitas en la casa por si quitan la luz” o la necesidad de comprar comida porque “uno no sabe” lo que pueda pasar, reflejan la ansiedad ante un futuro incierto.
Muchos venezolanos, acostumbrados a años de retórica antiimperialista y amenazas que no se materializan, no se inmutan ante el despliegue naval, considerándolo parte del juego político entre ambos gobiernos.
Analistas consultados en los artículos descartan una intervención militar inminente, calificando las maniobras más como una “guerra psicológica” o una “amenaza directa” para presionar al régimen, que como el preludio de una invasión.
Para el gobierno de Maduro, esta narrativa de agresión externa es útil para unificar a sus seguidores bajo banderas nacionalistas y desviar la atención de la crisis económica y social interna. Sin embargo, para el ciudadano de a pie, la principal preocupación sigue siendo la supervivencia diaria en un país con servicios públicos deficientes y una economía deteriorada, lo que hace que la amenaza de buques de guerra en el horizonte parezca, para muchos, un problema lejano.