La escala de la ofensiva ha sido notable.

En una sola semana, se reportó el lanzamiento de casi mil drones de combate.

Un ataque particularmente devastador sobre la capital, Kiev, involucró al menos 430 drones y 18 misiles, lo que el presidente Zelenski calificó como "un ataque calculado para causar el máximo daño".

Otras ciudades como Ternópil, en el oeste del país, sufrieron uno de los bombardeos más letales del conflicto, con un saldo de 26 muertos, entre ellos tres niños, y 22 personas desaparecidas.

En Járkiv y Odesa también se registraron víctimas mortales y daños significativos.

La estrategia rusa parece centrarse en dos objetivos principales: por un lado, aterrorizar a la población civil atacando edificios de apartamentos, escuelas y mercados; por otro, paralizar la infraestructura energética del país de cara al invierno, golpeando centrales eléctricas y redes de calefacción. Esta táctica busca mermar la moral de la población y crear una crisis humanitaria. La capacidad de las defensas aéreas ucranianas se ha visto sometida a una presión extrema, y aunque logran neutralizar una parte de los proyectiles, la magnitud de los ataques subraya la urgente necesidad de Kiev de reforzar sus sistemas de defensa.