Estos ataques han causado víctimas civiles y han destruido infraestructura crítica, especialmente en el sector energético, en un intento por debilitar al país de cara al invierno. Según las autoridades ucranianas, en un solo día Rusia desplegó una combinación de al menos 430 drones y 18 misiles sobre la capital, Kiev, y otras ciudades como Járkov y Odesa.

El presidente Volodímir Zelenski describió uno de los bombardeos como “un ataque calculado para causar el máximo daño a personas e infraestructura civil”. Los ataques han impactado edificios residenciales, escuelas, redes de calefacción y instalaciones energéticas, como una planta de energía solar en Odesa.

En la región de Járkov se reportaron al menos tres civiles muertos y diez heridos.

Las fuerzas ucranianas han logrado neutralizar una parte significativa de los proyectiles gracias a su sistema de defensa aérea, que incluye baterías antiaéreas, aviación de combate y equipos móviles de interceptación. Sin embargo, la escala de los ataques subraya la presión constante a la que está sometido el país. Esta intensificación de la ofensiva aérea es vista como una estrategia de desgaste por parte de Moscú, que busca agotar los recursos de defensa ucranianos y afectar la moral de la población civil, especialmente ante la posible disminución de la ayuda militar occidental. El Ministerio de Defensa ruso ha afirmado que sus objetivos son “instalaciones energéticas y complejos industriales-militares”, pero Ucrania denuncia que el blanco principal ha sido la población civil.