La ofensiva causó múltiples víctimas mortales y heridos, impactando infraestructura civil y generando una fuerte condena internacional. Durante la madrugada del 14 de noviembre, Rusia desplegó una ofensiva coordinada con al menos 430 drones y 18 misiles sobre la capital ucraniana y otras regiones como Odesa. El ataque dejó un saldo de al menos seis muertos en Kiev y dos más en la localidad de Chornomorsk, además de decenas de heridos, entre ellos un niño. El presidente Volodímir Zelenski calificó el bombardeo como “un ataque calculado para causar el máximo daño a personas e infraestructura civil”.

Los impactos afectaron edificios residenciales, escuelas y redes de calefacción urbana, lo que generó alertas sobre posibles cortes de servicios básicos en plena temporada de frío. El alcalde de Kiev, Vitali Klitschko, reportó incendios y daños estructurales en nueve distritos de la capital.

Por su parte, el Ministerio de Defensa ruso aseguró que sus objetivos fueron “instalaciones energéticas y complejos industriales-militares” como represalia por ataques ucranianos. Sin embargo, Ucrania denunció que el blanco principal fue la población civil, lo que intensificó la urgencia del país por reforzar sus sistemas de defensa antiaérea.

Gobiernos en Europa y Estados Unidos expresaron su “fuerte condena” al ataque, reforzando los llamados a un mayor apoyo militar y sanciones económicas contra Moscú.