Esta ofensiva sistemática representa una grave escalada del conflicto con serias consecuencias humanitarias.

Durante la última semana, Rusia ha coordinado una serie de ataques a gran escala utilizando más de 450 drones y 45 misiles contra instalaciones energéticas en todo el territorio ucraniano. La ofensiva ha resultado en la destrucción de al menos dos centrales eléctricas y ha causado daños severos a la infraestructura crítica, provocando cortes de electricidad, agua y calefacción en múltiples ciudades. La región de Járkov ha sido una de las más afectadas, con informes que indican que hasta 100.000 personas se quedaron sin suministro eléctrico tras los intensos bombardeos. La situación es tan crítica que se advierte sobre la posibilidad de apagones programados de entre 8 y 16 horas diarias en varias regiones para gestionar la reducida capacidad de generación.

Esta estrategia no solo apunta a objetivos militares, sino que busca deliberadamente afectar a la población civil, elevando los riesgos humanitarios y el sufrimiento en un conflicto prolongado.

Los negocios y servicios esenciales, como las telecomunicaciones, se han visto obligados a recurrir a generadores para mantener sus operaciones.

En respuesta, las fuerzas de Kiev han declarado haber atacado objetivos energéticos en territorios ucranianos ocupados por Rusia, lo que indica una peligrosa dinámica de ataques recíprocos contra infraestructuras esenciales.