Esta campaña representa una respuesta directa a los bombardeos rusos y busca trasladar el costo del conflicto a suelo adversario. Desde finales del verano, el conflicto ha visto un aumento en los ataques ucranianos, y Kiev ha asumido abiertamente su estrategia de golpear la infraestructura rusa.
Las regiones fronterizas, como Belgorod y la ciudad de Shebékino, se encuentran en primera línea, con sus infraestructuras civiles, especialmente las energéticas, convirtiéndose en objetivos específicos.
Aunque el impacto de estos ataques es real, los informes sugieren que está lejos de alcanzar un umbral crítico para la vida cotidiana, que en gran medida sigue su curso. Sin embargo, la persistencia de los ataques demuestra la capacidad de Ucrania para proyectar su fuerza más allá de sus fronteras y mantener la presión sobre Moscú. En el marco de estos intercambios, el Kremlin ha afirmado haber derribado hasta 170 drones ucranianos en una sola jornada, lo que evidencia la escala de la guerra de drones que se libra en la región. Esta táctica ucraniana busca no solo causar daños materiales, sino también generar un efecto psicológico en la población rusa y desviar recursos militares de Moscú hacia la defensa de su propio territorio.













