Un solo bombardeo involucró más de 650 drones y 50 misiles, dirigidos a centrales eléctricas e instalaciones civiles en regiones como Kiev, Vínitsia, Leópolis y Dnipró. El presidente Volodímir Zelenski denunció que en solo una semana Rusia empleó “casi 1.200 drones, más de 1.360 bombas guiadas y más de 50 misiles de varios tipos”, calificando las acciones como un intento de causar el mayor daño posible. Los ataques no solo se han centrado en la infraestructura energética, sino también en zonas residenciales, lo que ha provocado la muerte de civiles en la capital y otras ciudades. Esta estrategia busca, según la Agencia Internacional de la Energía, debilitar la capacidad de Ucrania para afrontar la temporada de calefacción, ya que el país tiene afectado el 55 % de su potencial de producción de gas. En respuesta, las autoridades ucranianas han reiterado su llamado urgente a la comunidad internacional para reforzar sus sistemas de defensa aérea, solicitando específicamente sistemas Patriot para proteger a su población y sus infraestructuras vitales.

El ministro de Exteriores, Andri Sibiga, fue enfático al declarar que “el terror ruso puede y debe detenerse”.